Hacía unas semanas que mi madre había fallecido y llevaba la bandera del corazón a media asta para partir hacia El Ejido para entrevistarme con Antoñito en una cita acordada. Recuerdo que estaba en el lavadero de su “casa” y me lo encontré de espaldas mientras trabajaba. Creí ver dos alas blancas en el dorso de aquella camiseta azul.
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Traté desde entonces de cuidar la amistad que me ofreció como la mayonesa, ya saben, si no la cuidas, se corta. Los amigos como Antoñito son ángeles que te levantan cuando tus alas han olvidado cómo volar.
Charlamos de fútbol hasta la extenuación. Sus veintiséis años vinculados al Poli Ejido como futbolista o entrenador. Su primer equipo, el Málaga, con tan solo diecisiete años; del San Fernando, del Motril, de su amada Almuñécar, del Melilla, de su fichaje con apenas veintiún años por el Adra Club de Fútbol proveniente del madrileño equipos del Leganés.
En aquella cita en una conocida Cafetería junto a su lugar de trabajo, recordó nombres, anécdotas, vicisitudes y partidos como aquel que le enfrentó al Hércules de Alicante. Hubo un penalti a favor del Adra y se prestó al lanzamiento, pero el paraguayo Florencio Amarilla, se le acercó y le pidió el favor de lanzarlo. Le dejó, y su disparo, se fue fuera, pero fuera del estadio. Entre risas, Antoñito declaraba:
« Ese balón, creo, nunca llegaron a encontrarlo ».
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« un autentico malabarista. Era capaz de ir dando volteretas, desde la puerta del Bar la Granja, hasta la Pensión “La Marina”. Era un portento, cuando andaba por la calle, hacia gimnasia ».
(Antoñito, a la derecha de la foto, agachado).
Si, Antoñito es ya un ángel celeste, pero de corazón rojo, el mismo color de la camiseta que defendió, la del Adra Club de Futbol.
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